sábado, 26 de marzo de 2011

Una oracion para nuestro hermanos japonenes

¡¡¡ Señor, quiero decirte GRACIAS, porque hoy me desperté y sabía dónde

estaban mis seres queridos. Porque esta mañana mi casa estaba en pie,

porque esta mañana no estoy llorando a mis hijos, mi esposo, mis padres,

mi hermano o hermana que necesitan ser rescatados debajo de una pila

de concreto, porque esta mañana pude tomar un vaso de agua, porque esta

mañana no estoy planificando un funeral, y ante todo te agradezco Señor

que todavía estoy vivo y tengo voz para rezar por la gente de JAPON.

Señor, te ruego a ti, el único que hace posible lo imposible, el único que

transforma la oscuridad en luz, te ruego que les des fuerza a esas madres

que están sufriendo; que les des la paz que supera cualquier entendimiento;

que abras las calles para que la ayuda llegue; que proveas doctores,

enfermeras, comida, agua y todo lo que ellos necesiten.


jueves, 10 de marzo de 2011

Reflexiones al borde del abismo




Extraño dato: los casi siete mil millones de seres humanos que poblamos hoy el planeta solo representamos el 1% de la biomasa total de todos los consumidores que viven en él. Sin embargo, consumimos el 24% de la producción primaria neta de la Tierra. Es decir, consumimos la cuarta parte de la cantidad neta de energía solar transformada en materia orgánica vegetal por medio de la fotosíntesis. Dicho dato, con una humanidad que crece en número, en consumo y en contaminación, alimenta las dudas sobre la continuidad de nuestra especie. El concepto relativo a nuestra extinción se planteó por primera vez luego del bombardeo atómico a las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en 1945 durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy, con una energía nuclear mucho más potente que la que provocó los dramas mencionados y, principalmente, debido al incontrolable calentamiento global, ese concepto renace con fuerza y con un agravante: ya no todo depende de la sensatez y racionalidad con la que los seres humanos asumamos nuestra responsabilidad. Hemos llegado demasiado lejos y es posible que nuestros mejores prodigios tecnológicos sean incapaces de controlar los desequilibrios cada vez más marcados en la naturaleza.

Este desafío ocurre en un tiempo en el que no pocos habitantes del planeta comienzan a comprender que la Tierra, más allá de todo, tiene un destino común. Las guerras mundiales y los agravios a la naturaleza han contribuido a afianzar ese sentimiento de empatía hacia nuestros semejantes, que no se guía ya por el color, la pertenencia étnica, la cultura o la religión. Sentimiento que se expande vigorosamente a la solidaridad con criaturas vivientes ajenas a nuestra especie como ballenas, delfines, osos polares; etc. Haber llegado a esa expresión de desarrollo espiritual en simultáneo con esta amenaza a la supervivencia podría ser la dramática coyuntura que, en el borde del abismo, nos obligue a reflexionar, con lo mejor de nuestras aptitudes creativas, sobre el mundo que queremos para las generaciones venideras.